Ahora quise compartir uno de los capítulos de libro de John Holt, Escape from Childhood, The Needs and Rights of Children. En el libro sugiere que dejemos de ver a los niños como seres inferiores, sin capacidades, y paremos nuestra obsesión por controlar sus vidas. Los niños son seres humanos, merecen respeto y el derecho de tomar decisiones para su propia vida.
Propone que los derechos, privilegios, deberes y responsabilidades de los adultos estén disponibles para los jóvenes, de cualquier edad, que quiera hacer uso de ellos, estos pueden incluir, entre otros:
- El Derecho al trato igualitario a manos de la ley, esto es, el derecho, en cualquier situación, a ser tratado no peor que un adulto.
- El Derecho al voto, y de tomar parte en asuntos políticos.
- El Derecho a ser legalmente responsable por su propia vida y actos.
- El Derecho a trabajar, por dinero.
- El Derecho a la privacidad.
- El Derecho a la independencia financiera y responsabilidad, esto es, el derecho a poseer, comprar, y vender propiedad, a pedir préstamos, establecer crédito, firmar contratos, etc.
- El Derecho a dirigir y gestionar su propia educación.
- El Derecho a viajar, vivir lejos del hogar, elegir o hacer su propio hogar.
- El Derecho a recibir del estado el ingreso mínimo que se garantiza a los adultos.
- El Derecho a hacer y establecer, sobre la base del mutuo consentimiento, las relaciones casi-familiares fuera de su familia inmediata, esto es, el derecho a buscar y elegir tutores distintos a los propios padres y ser legalmente dependiente de ellos.
- El Derecho a hacer, en general, lo que cualquier adulto puede legalmente hacer.
Esta es mi traducción al capítulo 24 de este libro donde habla del derecho a elegir la educación.
Como simple advertencia tengo que decir que si no has leído los libros anteriores de este autor quizá te sea difícil comprender su punto de vista y afirmaciones, y podrías descartar esta información como algo exagerado. Así que si lees y estás pensando que John Holt está «loco», entonces tendrías que leer también a John Taylor Gatto y otros autores más.
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EL DERECHO A CONTROLAR EL PROPIO APRENDIZAJE
Los jóvenes deben tener el derecho a controlar y dirigir su propio aprendizaje, es decir, decidir qué quieren aprender, y cuándo, dónde, cómo, cuánto, qué tan rápido, y con qué ayuda quieran aprender. Para ser todavía más específico, quiero que tengan el derecho de decidir si, cuándo, cuánto, y por quién quieren ser enseñados y el derecho a decidir si lo quieren aprender en una escuela y si es así en cuál escuela y por cuánto tiempo.
Ningún derecho humano, excepto el derecho a la vida misma, es más fundamental que este. La libertad de aprendizaje de cada persona es parte de su libertad de pensamiento, aún más básico que su libertad de expresión. Si le quitamos a alguien el derecho a decidir por lo que siente curiosidad, destrozamos su libertad de pensamiento. Decimos, en efecto, debes pensar no lo que te interesa o preocupa a ti, pero lo que nos interesas y preocupa a nosotros.
Podríamos llamar a este el derecho a la curiosidad, el derecho de realizar las preguntas que sean más importantes para nosotros. Como adultos, asumimos que tenemos el derecho a decidir que es lo que nos interesa y lo que no, que es lo que investigaremos y que es lo que dejaremos de lado. Este derecho lo damos por sentado, no podemos imaginar que nos lo podrían quitar. En efecto, hasta donde sé, nunca ha sido escrito en ninguna ley. Incluso los escritores de nuestra Constitución no lo mencionaron. Pensaron que era bastante con garantizar a los ciudadanos la libertad de expresión y la libertad de divulgar sus ideas tan extensamente como desearan y pudieran. No se les ocurrió que ni siquiera el gobierno más tirano intentaría controlar la mente de la gente, lo que pensaban y sabían. Esa idea vendría más tarde, bajo la apariencia benevolente de la educación universal obligatoria.
Este derecho de cada uno de nosotros de controlar nuestro propio aprendizaje está en peligro. Cuando pusimos en nuestras leyes la noción altamente autoritaria de que alguien debía y podía decidir lo que todos los jóvenes debía aprender y, más allá de eso, que podía hacer lo que pudiera parecer necesario (lo cual ahora incluye dosificarlos con drogas) para obligarlos a aprenderlo, dimos un paso largo hacia abajo en un camino inclinado y peligroso. El requerimiento de que el niño vaya a la escuela, por cerca de seis horas al día, 180 días al año, por cerca de diez años, independientemente de si aprende algo o no, independientemente de si ya lo sabe o no o que lo podría aprender más rápido o mejor en otro lugar, es una gran violación a las libertades civiles que pocos adultos tolerarían. Pero el niño que se resiste es tratado como criminal. Con este requerimiento hemos creado una industria, un ejército de personas cuyo trabajo es decir a los jóvenes lo que deben aprender y tratar de hacer que lo aprendan. Algunas de estas personas, queriendo ejercer aún más poder sobre otros, para ser aún más «servicial», o simplemente porque la industria no está creciendo lo suficientemente rápido para mantener a toda la gente que quiere entrar, están empezando a decir, «Si es bueno para los niños que nosotros decidamos lo que deben aprender y hacerlos aprender, ¿por qué no sería bueno para todos? Si la educación obligatoria es algo bueno, ¿cómo podría haber mucho de eso? ¿Por qué debemos permitir a alguien, de cualquier edad, el decidir que ya tuvo suficiente de ello? ¿Por qué debemos permitir a las personas mayores, más que a los jóvenes, no saber lo que sabemos cuando su ignorancia puede tener malas consecuencias para todos? ¿Por qué no deberíamos hacerles saber lo que deben saber?».
Están empezando a hablar, como lo hizo un hombre en un programa nacional de televisión, acerca de la escolarización «vientre-a-tumba». Si horas de tareas cada noche son buenas para los jóvenes, por qué no serían buenas para todos—nos mantendrían alejados de la televisión y otras actividades frívolas. Algún grupo de expertos, en alguna parte, estarían encantados de decidir lo que todos debemos saber y luego de vez en cuando revisarnos para estar seguros de que lo sabemos—con, claro está, las sanciones apropiadas si no.
Soy muy serio al decir que pienso que esto viene a menos que nos preparemos contra ello y tomemos pasos para prevenirlo. El derecho que pido para los jóvenes es el derecho que quiero preservar para el resto de nosotros, el derecho a decidir que entra en nuestra mente. Esto es mucho más que decidir si o cuándo o cuánto ir a la escuela o a qué escuela quiere ir. Ese derecho es importante, pero es solo parte de un derecho más grande y fundamental, el cual podría llamar el derecho a Aprender, como lo opuesto a ser Educado, esto es, hacer aprender lo que alguien más piensa sería bueno para ti. No es solo la escolarización obligatoria, pero a la Educación obligatoria a la que me opongo y quisiera terminar.
Que los niños puedan tener el control de su propio aprendizaje, incluyendo el derecho a decidir si, cuándo, cómo, cuánto, y dónde quieren ir a la escuela, atemoriza y enoja a muchas personas. Me preguntan, «¿Está diciendo que si los padres quieren que el niño vaya a la escuela, y el niño no quiere ir, él no tendría que ir?, ¿Está diciendo que si los padres quieren que el niño vaya a una escuela, y el niño quiere ir a otra, el niño tendría el derecho a decidir?» Si, eso es lo que digo. Alguna gente pregunta, «Si la escuela no fuera obligatoria, ¿muchos padres no sacarían a sus niños de la escuela para explotar su trabajo de una manera u otra?». Ese tipo de preguntas muy seguido son pedantes e hipócritas. El que pregunta asume e implica (aunque rara vez lo dice) que estos malos padres son gente más pobre y menos escolarizada que él. Además, aunque parece que está defendiendo el derecho de los niños de ir a la escuela, lo que realmente está defendiendo es el derecho del estado de obligarlos a ir ya sea que quieran o no. Lo que él quiere, en corto, es que los niños deben estar en la escuela, no que deberían tener alguna opción acerca de ir.
Pero decir que los niños deberían tener el derecho de escoger entre ir o no ir a la escuela no significa que las ideas y deseos de los padres no tendrían peso. A menos que esté alejado de sus padres y rebelándose contra ellos, a un niño le importa mucho lo que piensan y quieren. La mayoría del tiempo, no quiere enojarlos o preocuparlos o decepcionarlos. Ahora mismo, en familias donde los padres sienten que tienen algún tipo de opción acerca de la escolarización de sus niños, hay mucha negociación sobre las escuelas. Estos padres, cuando sus niños son pequeños, frecuentemente les preguntan si quieren ir a la guardería o al kínder. O quizá los lleven a la escuela por algún tiempo para que prueben. O, si tienen opciones de escuelas, podrían llevarlos a varias para ver cual creen que les gustaría mejor. Luego, les importa si al niño le gusta su escuela. Si no le gusta, tratan de hacer algo al respecto, sacarlo de ahí, encontrar otra escuela que le guste.
Conozco algunos padres que han tenido negociaciones con sus hijos por años, «Si algún día no puedes ni pensar en la escuela, no te sientes bien, tienes miedo que algo llegue a pasar, tienes algo personal que realmente quieres hacer—bueno, puedes quedarte en casa». Es innecesario decir, que las escuelas, con sus expertos de apoyo, luchan con todas sus fuerzas— No cedas a tu hijo, Hazlo ir a la escuela, Tiene que aprender. Algunos padres, cuando sus propios planes les hacen posible realizar un viaje interesante, llevan a sus hijos con ellos. No piden permiso a la escuela, ellos solo se van. Si el niño no quiere realizar el viaje y preferiría quedarse en la escuela, encontrarían una manera para que él hiciera eso. Algunos padres, cuando su niño está asustado, infeliz, y sufriendo en la escuela, como muchos niños lo están, solo lo sacan. Hal Bennett, en su excelente libro No More Public School, habla de las maneras para hacer esto.
Una amiga me dijo que cuando su niño estaba en tercer grado, él tenía una maestra muy mala, intimidante, altanera, sarcástica, cruel. Muchos de la clase se cambiaron a otra sección, pero su niño de 8 años, siendo rudo, desafiante, y terco, se mantuvo. Un día —sus padres no supieron de esto hasta dos años después— estando harto de la mezquindad de la maestra, él solo se levantó de su asiento y sin decir una palabra, abandonó el salón y se fue a casa. Pero por toda su dureza y resistencia de espíritu, la experiencia fue muy dura para él. Se hizo más tímido y peleador, menos extrovertido y confiado. Perdió su buen humor ordinario. Hasta su escritura empezó a irse a pedazos—fue peor en la primavera del año escolar que en el otoño previo. Una mañana de primavera se sentó a desayunar, comía su cereal. Después de un tiempo paró de comer y se sentó en silencio pensando en el día que le esperaba. Sus ojos se llenaron de lágrimas, y dos grandes lentamente le rodaron por sus mejillas. Su madre, que habitualmente se quedaba fuera de la vida escolar de sus hijos, vio esto y supo de que se trataba. «Escucha», le dijo, «no tenemos que continuar con esto. Si ya has tenido suficiente de esa maestra, si está haciendo la escuela tan mala para ti que ya no quieres ir, Yo estaré feliz de sacarte. Podemos manejarlo. Solo di la palabra». Él estaba indignado y horrorizado. «¡No!» dijo. «No podría hacer eso». «Okay», le dijo ella, «lo que tú quieras está bien. Solo déjame saber». Y así se quedó. Él había decidido que iba a endurecerse, y así lo hizo. Pero estoy seguro de que saber que tenía el apoyo de su madre y la opción de renunciar si era demasiado para él, le dio la fortaleza que necesitaba para seguir.
Cuando exhorto que los niños deben controlar su aprendizaje hay un argumento que la gente dice tan seguido que siento que debo anticiparme y decirlo aquí. Dice que las escuelas son un lugar donde los niños pueden por algún tiempo estar protegidos de las malas influencias del mundo exterior, particularmente de su avaricia, deshonestidad y mercantilismo. Dice que en las escuelas los niños pueden tener un vistazo de un estilo de vida mejor, de gente actuando por otros y mejores motivos que codicia y miedo. La gente dice, «Sabemos que la sociedad es bastante mala como es y que los niños van a ser expuestos a ello y corrompidos por ello pronto. Pero si dejamos que los niños vayan al mundo tan pronto como ellos quieran, estarán tentados y corrompidos solo que mucho antes».
Parece ser que creen que las escuelas son mejores, lugares más honorables que el mundo exterior—lo que un amigo de Harvard una vez llamó «museos de virtud». O que la gente en la escuela, tanto niños como adultos, actúa por más altos y mejores motivos que la gente fuera. En esto se equivocan. Existen, por supuesto, buenas escuelas. Pero en general, lejos de ser lo contrario de, o el antídoto a el mundo exterior con toda su envidia, miedo, codicia y competitividad obsesiva, las escuelas son muy parecidas. Si acaso, son peores, una caricatura terrible, abstracta y simplificada de el. En el mundo fuera de la escuela, algunos trabajos, por lo menos, se hacen honestamente y bien, por su propia razón, no solo para ir adelante de los demás; la gente no está en todas partes y siempre puestos para competir contra otros; la gente no (o todavía no) está sujeta en cada minuto de su vida a la arbitrariedad, ordenes irrevocables y juicio de otros. Pero en la mayoría de las escuelas, un estudiante está cada minuto haciendo lo que otros le dicen, sujeto a su juicio, en situaciones en los que solo puede ganar a expensas de otros estudiantes.
Este es un juicio severo. Permítanme decir otra vez, como ya lo he hecho antes, que las escuelas son peores que mucha de la gente en ellas, que mucha de esta gente hace muchas cosas dañinas que prefieren no hacer, y muchas otras cosas más dañinas que ni siquiera ven como perjudiciales. El todo de la escuela es mucho peor que la suma de sus partes. Hoy en día, hay muy pocas personas en los Estados Unidos (o quizá en cualquier parte, en cualquier tiempo) en cualquier ocupación, que se podrían confiar con el tipo de poder que las escuelas dan a la mayoría de los maestros sobre los estudiantes. Me parece que las escuelas son las instituciones más antidemocráticas, más autoritarias, más destructivas, y las más peligrosas de nuestra sociedad moderna. No hay otra institución que haga más daño o más daño duradero a más personas o que destruye mucho de su curiosidad, independencia, confianza, dignidad, y sentido de identidad y valor. Incluso muy amablemente la escuela es inhibida y corrompida por el conocimiento de los niños y maestros por igual de que ellos están actuando para el juicio y aprobación de otros—los niños para los maestros; los maestros para los padres, supervisores, consejo escolar, o el estado. Nadie es libre nunca del sentimiento de que está siendo juzgado todo el tiempo, o que va a serlo muy pronto. Aún después de las mejores experiencias de clases los maestros se preguntan, «¿Hicimos lo correcto al hacer esto?, ¿Podemos probar que estábamos en lo correcto?, ¿Puede meternos en problemas?»
Lo que corrompe a la escuela, y la hace mucho peor que la gente que está ahí, o que la gente que le gustaría estar allí, es su Poder— así como la impotencia destruye a los estudiantes. La escuela es corrupta por la demanda ansiosa sin fin de los padres por saber cómo va su hijo— entendiendo si va adelante que otros niños—y su demanda de que se mantenga adelante. Las escuelas no protegen a los niños de la maldad del mundo exterior. Ellas son al menos tan malas como el mundo exterior, y el daño que hacen a los niños en su poder crea mucha de la maldad en el mundo exterior. La enfermedad del mundo moderno es en muchas maneras una enfermedad inducida por la escuela. Es en la escuela donde mucha gente aprende a esperar y aceptar que algún experto siempre pueda situarle en algún tipo de rango o jerarquía. Es en la escuela donde conocemos, nos acostumbramos, y aprendemos a creer en una sociedad totalmente controlada. No aprendemos mucha ciencia, pero aprendemos a adorar a los «científicos» y a creer que todo lo que podríamos necesitar o querer solo puede venir, y algún día vendrá, de ellos. La escuela es lo más cercano que hemos sido capaces de llegar a Un mundo feliz de Huxley, con sus alfas, y betas, deltas, y epsilones—y ahora incluso tiene su soma. Todos, incluyendo los niños, deben tener el derecho de decir «¡No!» a esto.
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😀
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Solicarpia says
Gracias por el trabajo de poner esto acá. Gracias mil.
Alejandra says
¡Gracias! 🙂